
Recientemente, un adolescente de Nueva Zelanda creaba troyanos, ganando sumas millonarias al venderlos a bandas de ciber delincuentes. El joven se declaró culpable de los cargos, pero de todas formas no fue sentenciado. Paralelamente, un gran distribuidor estadounidense de spam, logró que un tribunal de Virginia anulara un fallo que lo condenaba, señalando que el veredicto había infringido la primera enmienda de la Constitución estadounidense, relativa a la libertad de expresión.